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Desde la antigüedad, los humanos han escogido siempre emplazamientos que disponían de agua potable. Con los siglos, el crecimiento de las ciudades en todas las culturas ha ido acompañado de métodos para llevar agua a la población. Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX cuando las nuevas tecnologías pudieron asegurar la continuidad, fiabilidad y calidad del agua para acompañar a las ciudades en su transición hacia ciudades modernas.
La revolución industrial generó un cambio de paradigma: el abandono de la agricultura por la manufactura llevó a que, en poco tiempo, se dejara el campo y que las ciudades crecieran en habitantes. Esta tendencia ocurrió al mismo tiempo en las grandes capitales del mundo, donde el boom de población causó inmediatamente graves problemas sanitarios, muchos debidos a la mala calidad del agua y la falta de saneamiento.
En Barcelona, entre 1840 y 1870, la población pasó de 120.000 habitantes a 240.000. Ni la ciudad ni su red de abastecimiento de agua estaban preparadas para recibir en tan poco tiempo a tantos usuarios.
El plan Cerdà y el agua
Cuando en 1859 Ildefons Cerdà elaboró su famoso plan urbanístico que transformaría Barcelona en la ciudad moderna que es ahora, el suministro de servicios como el del agua se convirtió en un reto para varias empresas, que buscaron cómo aportar soluciones. Entre ellas, una joven empresa fundada en 1867 y que se convirtió con el tiempo en la Sociedad General de Aguas de Barcelona.
Esta empresa asumió el reto de llevar más agua hasta Barcelona, y en 1871 el agua de Dosrius llegaba a la ciudad gracias a 22 viaductos y 47 túneles que llenaban un depósito elevado de 93 metros de altura: la Torre de les Aigües, en el corazón del Eixample. Sólo dos años después, ya se habían construido 40 kilómetros de tuberías para la distribución del agua.
Barcelona y su corona metropolitana no pararon de crecer durante los años siguientes, y con este crecimiento, también creció la demanda de agua. Aigües de Barcelona supo adaptarse, poniendo en marcha nuevas infraestructuras para seguir dando servicio a la ciudadanía. Nuevas fuentes de abastecimiento, la cloración sistemática, el bombeo continuo... Cada nuevo logro significaba una nueva oportunidad para la ciudad. Ni siquiera la epidemia de tifus de 1914, ni las sequías de los años 40 y 50 impidieron que se mantuviera el suministro de agua a la ciudad.
En 1955 se llevó a cabo la construcción de la potabilizadora de Sant Joan Despí, la primera de Catalunya y un gran referente en Europa. Con esta gran obra, se pudo dar servicio a 1,5 millones de personas.
Se espera que la población mundial se duplique en los próximos 30 años, y por lo tanto, conseguir ciudades que crezcan de forma sostenible es una necesidad. El reto es importante, pero las ciudades siempre han sido pioneras en innovación, emprendimiento y creatividad, y desde Aigües de Barcelona, seguiremos contribuyendo para que esto sea una realidad.